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Premio Gaudí de Poesía y Narrativa Corta 2003

SEGUNDO PREMIO DE NARRACIÓN CORTA

HISTORIAS DE OTROS TIEMPOS, 4

Y volviendo a lo de Pepeta Moreu, has de creerme Adelayda, te estoy diciendo la verdad. Piensa un poco; Barcelona no es tan grande, lo más normal sería que se encontraran a menudo en actos de sociedad, o simplemente paseando. No olvides que hasta no hace demasiado eran vecinos en la misma calle. Y sin embargo, es notorio que se evitan discretamente. Aunque hay quien dice que él aún está enamorado de ella, que en secreto la espía, y que en algunos de los edificios que construye deja crípticos mensajes para que ella los lea y comprenda que aún no la ha olvidado. Pero esto si que me parece a mí a todas luces irreal, ya que el arquitecto es una persona extremadamente seria y circunspecta, para él sus obras no son motivo de juego, sino algo muy serio en lo que pone todo su empeño y vocación. Hacer algo así sería casi blasfemo, y me parece imposible, puesto que estamos hablando del constructor de la Sagrada Familia.
Onax no perdía detalle de la conversación; mientras se hacía el distraído mirando un diario de reojo. Medio oculto en el enorme butacón de terciopelo verde, escuchaba las interesantes revelaciones de las dos amigas, que sumidas en sus propias elucubraciones, no parecían percatarse de su presencia. Esta era otra de las facultades de Onax Capdevila, que parecía poseer el don de volverse invisible en ocasiones, circunstancia que le había sido favorable repetidas veces.
La suerte parecía estar de su parte. Las confidencias que había escuchado accidentalmente le habían proporcionado una nada despreciable información. En su rostro se dibujaba una sonrisa de triunfo, mientras secretamente urdía su complot.
Estaba claro que con Pepeta Moreu no podría contar. Una señora de sociedad, respetable, casada y con cuatro hijos no iba a prestarse a sus propósitos. Pero acaso fuera posible enredar a alguna de sus hijas, al ser tan jóvenes y con tan poca experiencia. Si era cierto que eran realmente bonitas y que esta belleza la habían heredado de la madre. . . Tal vez fuera lícito pensar que pudiera existir aún algún rescoldo en el maduro corazón del arquitecto, y que al ver a una de estas beldades, el recuerdo del frustrado amor le oprimiera en su interior de tal manera que se sintiera más proclive a aceptar el encargo. Sin duda era un pensamiento a tener en cuenta, y ya que había desistido en el empeño de encontrar algo reprobable en la conducta de don Antoni Gaudí, no le quedaban muchas más opciones a las que recurrir. Podía equivocarse, pero también podía dar resultado. No era muy infrecuente que el dolido corazón de un solitario se ablandara con el paso de los años, y que una aparente dureza y severidad, se transformara en sentimental ternura, que arrepentida por el tiempo consumido en vano y conmovida por la visión de la juventud y la hermosura, añorase lo que pudo haber sido y no fue.

Llegados a este punto, cualquier persona decente, escandalizada por sus propios pensamientos, hubiera tenido escrúpulos, decidiendo olvidarse del tema de inmediato. Pero no era el caso de Onax Capdevila. Más bien todo lo contrario. Complacido interiormente por haber sabido encontrar una manera de conseguir sus propósitos, decidió que el siguiente paso sería acercarse a investigar la vida de las muchachas, por ver cual de las dos podría ser más idónea para sus maquinaciones. Esta delicada labor se la encomendó a don Bruno, quién además de llevarle la cuestión de la contabilidad de forma muy eficiente, de vez en cuando aún se encargaba de algún "asuntillo" poco claro. De esta manera volvía a las andadas; recordaba viejos tiempos, se desfogaba, para después volver a hundirse en la respetable normalidad que Onax Capdevila había creado para él, y en el insoportable tedio en que se había convertido su vida.
Sin embargo, no tuvo que transcurrir mucho tiempo desde que le fuera encomendado el trabajo hasta que, satisfecho, decidiera dar por zanjada la cuestión, poniendo al corriente a Capdevila del resultado de sus pesquisas. De las dos niñas la mayor parecía ser la más acertada, pero Onax, después de conocer todos los pormenores, pondría sus ojos en la pequeña. Sin duda, de las dos hermanas era la más bonita, también la que más se parecía a la madre cuando esta contaba su misma edad. Sus escasos e ingenuos quince años permitirían a alguien con los recursos y la capacidad de Onax Capdevila, manejarla a su antojo si hiciera falta, lo mismo que una simple marioneta, semejante a las que se veían los domingos por la mañana en las representaciones del pequeño teatro del Tibidabo.
No obstante, la circunstancia que animaría definitivamente a Onax a decidirse por una hermana y no por otra, sería descubrir que Joaquina era una criatura especialmente dotada para las lenguas extranjeras. De nuevo, la casualidad parecía haberse vuelto a poner del lado de alguien tan innoble como Onax Capdevila.
La notable afición de Joaquina Caballol por los idiomas (con el tiempo incluso llegaría a ser traductora en cinco lenguas), le había sido inculcada por su padrastro, don Joan Vidal Gomis, viajero incansable, que salió de Mataró con doce años de edad, y a los veintidós recién cumplidos, y después de viajar por toda Europa y América, era un avispado hombre de negocios que comerciaba, entre otros países, con Japón.
En aquellos momentos de su vida, en plena madurez, sus ojos estaban puestos en la industria cinematográfica. Sus numerosos contactos y la visión de futuro tan característica de los hombres de su tiempo harían de él uno de los pioneros en este terreno, llegando a instalar en España la distribuidora Paramount. Entre sus amistades se contarían en los años venideros, actores de reconocido prestigio, como el famoso Douglas Fairbanks o la inimitable Mary Pickford, sin olvidar a la espectacular Serena Lumière, inquietante personalidad que se escondía detrás de tan fabuloso alias, y a la que la generosidad de Onax Capdevila catapultaría a la cima del éxito, tan sólo una década más tarde.

. . .

Nuevamente, el grupo formado por los estadounidenses se reunía con Gaudí en las oficinas de la Sagrada Familia. Entre los numerosos planos y proyectos que el arquitecto mostraba, les enseñó un ejemplar de una antigua revista americana de arquitectura (3), en la que aparecía un detallado artículo referente a la edificación de una imponente residencia, propiedad de don Eusebi Güell, quien tendría el honor de recibir como invitado ilustre de una de las grandes recepciones que solía ofrecer, al entonces presidente de los Estados Unidos, Mr. Grover Cleveland, al encontrarse este visitando Barcelona, con motivo de la Exposición Internacional de 1888. El interesante documento, del cual los financieros estadounidenses no tenían referencias, les entusiasmó hasta tal punto, que incitados por Eduard Torrent, apremiaron al arquitecto para que les facilitara el acceso a tan extraordinario edificio, conocido en la ciudad como Palau Güell.
Durante la visita al palacio, la contemplación del enorme salón principal (cuya bóveda parabólica, surcada de aberturas estrelladas, sumergía la teatral estancia en una embriagadora atmósfera de luz cenital), sobrecogería de tal manera a los invitados, que Gaudí, al ver la impresión que en ellos había causado, sugirió que el proyecto que le proponían (del que sin duda se hallaba ya convencido de su participación), debía culminar en una gran sala, similar a la que contemplaban, que sirviera de homenaje a la gran nación americana. Y allí mismo, en un simple papel de cartas, empezó a plasmar lo que su desbordante imaginación le dictaba, realizando varios esbozos de lo que podría llegar a ser esta grandiosa obra.
A Eduard Torrent, que aunque no era tan sagaz como Capdevila no dejaba que nada se le escapara, no le paso desapercibida la paternal mirada que el arquitecto dirigió a Joaquina Caballol mientras realizaba su discurso. Esto está hecho -- pensó Torrent. -- A partir de ahora sólo hay que dejar que las aguas sigan su cauce.
Ese mismo día visitarían además los terrenos del park Güell, que continuaba en fase de construcción. Las dos jóvenes, maravilladas por el colorido de los pabellones de la entrada, y embriagadas por la agradable luminosidad que se desparramaba por todo el recinto, corrían juguetonas entre las escalinatas que darían acceso después al teatro griego. Desde aquel improvisado belvedere, las vistas de la ciudad eran inigualables. Quien hubiera dicho entonces, que el visionario nombre con el que proféticamente Eusebi Güell había bautizado su ciudad-jardín, se convertiría con el pasar de los años en una realidad, el parque público más emblemático y más visitado de la ciudad, celosamente custodiado por un dragón multicolor mil veces fotografiado.
Aprovechando la ocasión, la visita terminaría con un pequeño ágape ofrecido por Gaudí en su propia casa del park Güell, siendo ayudado en estas lides por su sobrina Rosa.
Mientras los hombres hablaban de negocios, sopesando la conveniencia de rodear de jardines la edificación que pensaban construir, Rosita Egea Gaudí, contenta de tener alguien con quien charlar, se prodigaba en atenciones, especialmente con sus invitadas, que encantadas con el resultado de la jornada, mimosas, se dejaban agasajar.

A la mañana siguiente, Gaudí comunicaba a su ayudante Francesc Berenguer el resultado de la entrevista con los norteamericanos. La amistad entre el arquitecto y su colaborador, tenía como origen los lejanos días de la infancia, ya que Gaudí había sido alumno de Berenguer padre, en la escuela de la calle Monterols, en Reus.
La impresión que tengo, -- le decía Gaudí a Berenguer, mostrándole los esbozos realizados apresuradamente en el Palau Güell -- es que estas personas desean invertir una significativa cantidad en el proyecto, para el cual me han otorgado carta blanca. Salvo unas mínimas pautas que me han sido reseñadas, el resto lo dejan a mi criterio personal. Y a ti no puedo engañarte, Francesc, tú me conoces muy bien; este margen de confianza, me halaga y me impulsa a aceptar. . .
Por las indicaciones que me han facilitado hasta ahora, creo que desean construir algo realmente notable, de dimensiones extraordinarias, a las que poco o nada estamos acostumbrados en nuestra ciudad. Un edificio que por su monumentalidad será capaz de dejar boquiabierto a todos los que lo visiten. Les he comentado, claro está, que un encargo de tal magnitud requiere un profundo estudio y también un importante desembolso económico; pero el dinero no es un obstáculo para ellos. Por otra parte, la experiencia me hace prever que se necesitará entre siete u ocho años para dar forma a un encargo de semejante envergadura. Bien cierto es, que tiempo y dinero son elementos esenciales para realizar grandes cosas. Pero si disponemos de ambos sin reparos. . . ¡Qué prodigios no podremos conseguir! Estoy impaciente, amigo mío, en estos momentos me pasan por la imaginación tantos y tan novedosos proyectos que si fueran del dominio público, sin duda, me tomarían por un desorbitado o por un loco. Pero. . . ¡Ya he hablado demasiado! ¡Manos a la obra, mi querido Francesc! Debemos empezar enseguida. No hay tiempo que perder.
Y dicho esto, comenzaron a trabajar en los primeros apuntes y croquis que darían forma a una nueva maravilla gaudiniana.

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3. Nos referimos a un ejemplar de la revista American Architect and Building new Boston, con fecha de julio de 1892, en la que aparece un artículo referente a la obra realizada por Gaudi en el Palau Güell; "A modern house at Barcelona". volver