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Premio Gaudí de Poesía y Narrativa Corta 2003

SEGUNDO PREMIO DE NARRACIÓN CORTA

HISTORIAS DE OTROS TIEMPOS, 5

En otro punto de la ciudad no muy lejano, Pepeta Moreu atendía a su hija pequeña, que presa de una gran excitación, comentaba los pormenores de su trayectoria con el grupo de los norteamericanos. La joven Joaquina Caballol se sentía especialmente contenta, ya que, por mediación de un amigo de la familia, se había solicitado su presencia en el grupo, evidenciando sus notables conocimientos de la lengua anglosajona, y solicitando su ejercicio como traductora, lo cual, sin duda, a ella le venía muy bien para la práctica del idioma. Sus padres habían dado su consentimiento sin poner ninguna objeción, y de resultas de todo ello, la niña estaba pasando, digámoslo así, unos ajetreados días de vacaciones, ajena a las obligaciones de diario, tratando con personas importantes, y desenvolviéndose en un mundo de adultos. En una palabra, Joaquina empezaba a conocer la vida real, fuera del cascarón protector de sus progenitores. Siendo una jovencita casi en edad de merecer, era fácil comprender el motivo de su euforia.
Hemos visitado casi todas las obras del arquitecto. -- Le decía a la madre. -- Él, personalmente nos ha enseñado algunas de ellas. Sinceramente mamá, la visión de algunos de estos edificios ha causado en mí una profunda emoción. Creo que Gaudí es un artista incomparable, además de un caballero muy atento. Con nosotras siempre tiene una palabra amable, y la sonrisa a punto. No sé porque le han atribuido esa fama de hombre poco amigable que a todas luces es incierta. A mí me trata con especial deferencia, -- Joaquina dudó un momento, y después añadió, sonriendo con particular coquetería. -- No sé, pero tengo la vaga impresión, de que le recuerdo a alguien de su juventud . . .
Al oír estas palabras Pepeta Moreu no pudo evitar un respingo, levantándose presurosa para impedir que su hija notara la repentina palidez de su rostro, lo que hubiera dado lugar a engorrosas preguntas. Pero Joaquina, como cualquier joven de su edad que se encontrase en las mismas circunstancias, parecía hallarse flotando en una nube, sin prestar demasiada atención a lo que ocurría a su alrededor.
Sin embargo Pepeta se sentía intranquila. ¿Acaso su niña supiera algo acerca de su antigua amistad con Gaudí? Jamás había compartido estas confidencias con ninguna de sus hijas. En cualquier caso nada tenía que temer, ya que no había nada oculto en aquello. Tan sólo el hecho de que entre dos pretendientes ella hiciera su particular elección, convirtiéndose el despechado, con el tiempo, en un arquitecto de reconocido prestigio, lo que daba al asunto una dimensión magnificada.
La gente hablaba a veces con maledicencia, atribuyendo el difícil carácter de Gaudí a la negativa de Pepeta a casarse con él. Esto le hacía sentir inquietud, puesto que ella no era mujer que gustara de dar publicidad a estos temas, y no deseaba que su nombre ni el de los suyos se viese envuelto en tales chismes y cotilleos, que algunas personas tan despreocupadamente fomentaban. No obstante, tendría que reflexionar sobre si dejaba a Joaquina acudir de nuevo al encuentro de los americanos, o impedía, mediante alguna artimaña de mujer experimentada (y sin que su hija se percatara de ello), que esto ocurriera, evitando así los comentarios que sin duda, habrían de sucederse.


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Según iban avanzando los meses, la agitada actividad desplegada en el estudio de la Sagrada Familia comenzó a dar magníficos resultados. Gaudí iba reuniendo día a día nuevas ideas para la concepción de su futura obra. En el silencio de su estudio, en las oficinas del templo, tras el ajetreo de sus visitas a las diferentes construcciones, se reunía con Berenguer y a veces también con Matamala para repasar diferentes detalles y datos técnicos, que el primero ordenaba minuciosamente. Con otro de sus ayudantes, Joan Rubió i Bellver (que realizaba las funciones de arquitecto auxiliar en las obras de la catedral de Mallorca), acordó que llegado el momento fuera quien le acompañara a Estados Unidos, para formar parte del equipo de técnicos junto con el personal norteamericano. En él pensaba delegar la total responsabilidad en los periodos que hubiera de ausentarse para seguir con sus proyectos en España.
El joven arquitecto se mostraría dispuesto y emprendedor en todo momento, impaciente por acometer las labores que don Antón quisiera proponerle.
Una de las principales inquietudes de Gaudí era poder disponer del tiempo necesario para adelantar las obras de algunos de los edificios en los que actualmente trabajaba, antes de tener que desplazarse a Nueva York para iniciar la construcción del gran hotel. Sobre todo le preocupaba la resolución de la experimental maqueta estereostática (4) que utilizaba para el proyecto de la recién comenzada iglesia de la colonia Güell.
Dada la gran energía y el numen creativo que el arquitecto desplegaba por aquel entonces, a finales del verano, algunos de los bocetos que pretendía mostrar a los financieros americanos se encontraban ya muy adelantados. Antes de que regresaran a su país, una última reunión con ellos serviría para avanzarles las últimas ideas y precisar distintos asuntos; en particular los concernientes a la creación de un museo y una sala de exposiciones permanente, concepto desarrollado por Gaudí con la intención de que pudiera servir de gran utilidad al visitante, permitiendo ampliar sus conocimientos de la vida en aquella nación.
La visión de grandiosidad y atracción del edificio (planteada por Capdevila como requisito incondicional), había sido transmitida por los norteamericanos de forma eficiente. Ya desde las primeras conferencias, se intuía esta característica como algo prioritario. El objetivo era que este rasgo distintivo, unido a los numerosos eventos culturales y a los espléndidos servicios, sirviera para evocar este gran conjunto arquitectónico. Por esta razón en los diseños que Gaudí les quería mostrar podía apreciarse tal magnificencia y monumentalidad de dimensiones que, para alguien que desconociera el susodicho proyecto, podría inducirle a pensar que se trataba de apuntes realizados para un gran templo.
Esa era la apuesta de Gaudí, la cual, por su planteamiento, se acercaba mucho más a la creación de una enorme catedral laica, que a un edificio destinado a servir de atractivo turístico en la impresionante isla de Manhattan.
En un principio, en los primeros dibujos se podía apreciar una estructura compuesta por cuatro elementos conoidales, de claros perfiles parabólicos, que se encontraban anexionados a un cuerpo central, más elevado. El conjunto, con cierta semejanza a un cohete, recordaba un poco a las torres de la Sagrada Familia, y quizás vagamente, por su composición, a la iglesia de la colonia Güell, de haberse podido terminar.
En postreras intervenciones, el proyecto se vería modificado con la adhesión de cuatro cuerpos más, quedando un total de nueve. La torre más alta en el centro y a su alrededor, a distintas alturas, ocho torres, unidas a la principal, con el objetivo de un mayor aprovechamiento del terreno.
Estaba previsto que esta torre central, terminada por una cúpula vidriada rematada con una estrella simbólica, superase la espectacular altura de 360 metros, por lo que cuando estuviera terminado, el "Hotel Attraction" (pues con tan sonoro nombre habían acordado designarlo), se convertiría en el edificio más alto del mundo.
En los meses siguientes, Gaudí fue perfilando lo que sería la descripción de tan relevante obra. La majestuosidad del exterior (rodeado de jardines que ampliarían la perspectiva del conjunto), la soberbia entrada (con tres puertas principales, separadas entre sí por esbeltas columnas y una rica decoración escultórica), los magníficos interiores, de gran riqueza y color, fiel reflejo de las fantasías gaudinianas . . . Todo hacía presagiar que el emplazamiento de este gigantesco edificio en la capital norteamericana constituiría todo un hito en la arquitectura mundial.
La edificación propiamente dicha, comprendería cinco plantas de subsuelo, que se destinarían a garajes, cocinas, almacenes y otros servicios. Y un total de diez plantas al exterior, de excepcionales proporciones. En la planta baja encontraríamos un impresionante vestíbulo; las salas de estar, de lectura, el bar, etc. Y a ambos lados, unas suntuosas escaleras de honor conducirían a la rotonda donde se ubicaría la sala de recepción del gran salón "América", que con diecisiete metros de altura, se convertiría en uno de los más importante del edificio, junto con el salón del Homenaje.
Entre las plantas primera y quinta, además de los correspondientes salones para recepciones o fiestas (de los cuales se dotaría a todos los pisos), estarían situados los restaurantes dedicados a los cinco continentes; "América", "Europa", "Oriente", "Continente Austral" y por último, "África", con claras alusiones en la decoración a las particularidades propias de cada cultura. Estas cinco piezas se había previsto que contaran la nada despreciable altura de catorce metros cada una.
Entre la planta sexta, séptima y octava se emplazarían diversos salones de exhibiciones, espectáculos y conciertos. Además de las galerías de arte; la sección de souvenirs, la exposición permanente, y el pintoresco museo de curiosidades americanas, que aportaría una nota colorista en el complejo entramado del edificio.
Pero sin duda la máxima atracción para el visitante sería "la Sala del Homenaje a América" en la planta novena. Un salón único y colosal, que comprendería aproximadamente la tercera parte de altura del edificio. La cúpula central (inspirada en la doble cúpula parabólica del salón central del Palau Güell), llegaría a tener una altitud de 125 metros. Esta sala formaría un solo cuerpo con las de los tres edificios anexos, y ascendiendo desde el interior de la nave central, a cincuenta metros de altura, se divisarían unas galerías cuya función sería permitir la vista aérea de toda esta zona.
Más arriba, la planta décima se convertiría en linterna-mirador sobre la Sala del Homenaje, último elemento visitable del interior. Encima de ella, otra galería circular, esta vez exterior, se elevaría alrededor del casquete de la cúpula central, permitiendo las vistas panorámicas y la obtención de fotografías. Rematando el conjunto encontraríamos el terminal del edificio; la estrella simbólica, excepcional observatorio situado a 360 metros de altitud, al que también podría accederse, ya que estaría dotado de cabinas y reflectores que harían posible disfrutar de una increíble perspectiva de la ciudad, al poder contemplarla, tanto de día como de noche, desde el punto más alto.

Onax Capdevila, satisfecho por como transcurrían los acontecimientos, se reunía con Eduard Torrent y con don Bruno en el despacho que este último tenía en la calle de Caspe, no muy lejos de la que sin duda era la obra más formal de Gaudí; la casa de la familia Calvet, que en el mil novecientos, justo con el cambio de siglo, había sido distinguida por el Ayuntamiento, con el galardón al mejor edificio construido en el año.
Cada cual, estaba cumpliendo su parte del plan a la perfección, el resultado no podía ser más satisfactorio, y en breve, cuando los detalles se hubieran por fin concretado, los dos americanos podrían al fin marcharse, y él, dedicarse por completo a ultimar los detalles de su huida y posterior desaparición.
Los dos magnates estadounidenses, ineludiblemente, debían regresar a su país. Seducidos por nuestros paisajes y por las originales costumbres patrias, habían demorado en exceso su visita, y ahora, como resultado, tenían que solventar determinados negocios inaplazables, que imposibilitaban prolongar por más tiempo su estancia en Barcelona, lo cual no debería ser obstáculo para que tras su marcha el proyecto siguiera avanzando. Las dos partes, la americana y la española, se mantendrían en contacto mediante una regular correspondencia, en la que el arquitecto participaría a ambos caballeros de la buena marcha de la empresa enviándoles nuevos planos, croquis y diseños.


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4. Así denominaba Gaudí a la maqueta tridimensional que había ideado, compuesta de cordeles y pequeños sacos de lona que contenían perdigones. volver