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Premio Gaudí de Poesía y Narrativa Corta 2003

PRIMER PREMIO DE NARRACIÓN CORTA

MUERTE EN EL PARK GÜELL, 4

 

- A sus órdenes, señoría -añadió el cabo sonriendo complacido.


Al día siguiente, viernes, Irene se levantó temprano. Quería aprovechar el día libre después de la guardia. Abrió las ventanas de su piso de la calle Valencia, situada muy cerca de la propia fiscalía para poder ir al trabajo a pie. Un viento fuerte y frío soplaba en la ciudad, pero lejos de resultar desagradable, había purificado el aire después de la lluvia de los días anteriores. El cielo era azul y las nubes, las pocas nubes que quedaban, corrían, huyendo acosadas por el viento del norte.

Empezaba un fin de semana que podía ser-¿cómo definirlo?- provechoso, interesante, inolvidable ... Bien ya volvía a hacer volar su imaginación y eso le había provocado casi siempre bastantes decepciones, desde pequeña. En aquella ciudad tan grande, tan llena de gente, se sentía sola y la imaginación era a menudo su mejor arma para luchar contra la soledad. Sólo llevaba un mes allí pero echaba de menos su casa, el olor de la hierba recién cortada, el ruido del campo o quizás los silencios, incluso la niebla que a menudo cubría la su Osona natal le abocaba recuerdos de infancia. De repente, la decisión de trasladarse a Barcelona, de vivir sola, de continuar su carrera profesional desde la capital, resultaba precipitada, inexplicable. Repasó la primera y única guardia en el nuevo destino: la impertinencia del juez, el ademán ausente de la secretaria judicial, la frialdad de los funcionarios, todo tan diferente de lo que había vivido en sus anteriores destinos en pueblos más pequeños...

A las cinco de la tarde se encontraba en la fiscalía, esperando el aviso desde recepción. A pesar del aspecto desenfadado de su imagen, había escogido su vestuario cuidadosamente: unos tejanos, una camiseta con dibujos y el cabello recogido informalmente.

- Ya son las cinco. Empezamos bien si no es puntual -pensó- ¿por qué estoy tanto nerviosa? Contemplaba su mano temblorosa cuándo sonó el teléfono de su despacho.

- Señora Forns, preguntan por usted aquí en recepción.

- Gracias, ahora voy.

Salió rápidamente cogiendo el bolso y la chaqueta de piel. Después de apretar el botón del ascensor con insistencia, bajó la escalera, conteniéndose para no correr. Antes de abrir la puerta que conducía al vestíbulo cogió aire para tratar de dar una imagen calmada, si era capaz de hacerlo.

- Señora Forns, aquel chico ha preguntado por usted.

- Gracias, Manel. Si no nos vemos que pase usted un buen fin de semana -añadió educadamente Irene al recepcionista.

Se dirigió hacia donde se encontraba el cabo que miraba distraídamente unas hojas de papel.

- ¿Pensaba que no trabajaba usted esta tarde?

- Y no trabajo, pero repasaba la última información sobre el caso del Park Güell que me han enviado los agentes que fueron a casa de la chica. He pensado que durante la visita podríamos aprovechar para comentar el caso.

- Si eso no es trabajar, ya me dirá usted.

Jordi también iba vestido informalmente e Irene no pudo contenerse y repasar de arriba a abajo su cuerpo, liberado ahora del uniforme. Cuando acababa el repaso cruzó sus ojos con los del policía que sonreía al darse cuenta de que los dos habían hecho lo mismo.

- Estás muy cambiada, si me permites tutearte.

- Si, claro, pero delante del recepcionista he preferido mantener las formas. Tú también estás cambiado sin uniforme. De hecho, parecéis sellos idénticos con aquella ropa.

- Mujer, no creo que sea así. De hecho, dicen que las mujeres encuentran atractivos a los hombres con uniforme.

- Yo personalmente no les encuentro ningún tipo de atractivo, aunque sobre gustos ...

Subieron al coche del cabo y sedirigieron hacia el Park Güell. La circulación no era densa a aquella hora en la ciudad. Aparcaron cerca de la entrada con permiso de los vigilantes del parque. Jordi bajó del coche y ofreció su mano a Irene. Ella la rehusó haciéndose la distraída, mientras sacudía una brizna de polvo imperceptible sobre sus pantalones. Una vez fuera del coche sedirigieron hacia la puerta de hierro del parque.

Jordi volvió a ofrecer la mano a Irene, diciéndole:

- No te puedo revelar los secretos de este parque si no me dejas llevarte de la mano.

- Tendrás que darme un cierto tiempo para que me acostumbre a la manera de trabajar de la ciudad. Si no es porque quieres flirtear conmigo, no entiendo el por qué debo darte la mano.

Jordi miró a los ojos a Irene, con cuidado separó el pelo rojizo que caía sobre su rostro y repasó las pecas que salpicaban su nariz. Sonriendo le dijo:

- Tendrás que confiar en mí, señorita -y sin más preámbulos la cogió fuertemente la mano.

- Si me lo explican, no me lo creo. Mi "autoridad" por los suelos -pensó Irene, incapaz de plantar cara a aquel hombre. Sumisa, mantuvo su mano y anduvo a su lado sin añadir nada más.

Jordi e Irene se detuvieron delante de la puerta de hierro.

- ¿Da miedo esta puerta, no?

- Es como la entrada a un mundo mágico. Tiene que ser pesada para evitar que pueda entrar cualquiera. Tiene que ser fuerte para mantener encerrados los monstruos que viven en el parque y, tiene que ser enigmática, como las puertas de los castillos de cuentos que son cruzadas sólo por caballeros intrépidos o por muchachas en peligro que buscan refugio.

- ¡Ah! -añadió Irene. Con los dedos repasó los pinchos de la puerta, las hojas de palmito trenzadas para toda la eternidad, fundidas en hierro pero al mismo tiempo tan próximas, tan reales.

Tras cruzar la puerta, Irene apretó la mano de Jordi, como si buscara protección para entrar en aquel lugar. Ante ellos se extendía la escalinata del parque y presidiéndola, el dragón.

- Ayer miraba el dragón cuando entré en el parque. Estaba limpio y brillante, casi a punto de salir andando en cualquier momento.

- Mira, pasa la mano por su lomo. Es como si fuera el de un dragón de verdad -Jordi acompañó suavemente la mano de Irene sobre el dragón, repasando su piel, los diferentes colores, sus patas verdosas, su cabeza.

- No metas nunca la mano dentro de su boca -le advirtió Jordi-. ¿Continuamos?.

Irene le miró divertida. Cogida de la mano de aquel individuo enigmático, recorriendo aquel espacio mágico, dejaba fuera de aquella reja toda la formalidad que le acompañaba habitualmente en su trabajo: la cruda realidad, las miserias de la gente, los conflictos, los actos mezquinos. Pensaba, quizás, que manteniendo la mano del cabo bien cogida podría quedarse para siempre en aquel nuevo mundo, misterioso, desconocido, pero maravilloso.

- ¿Hacia dónde?

- Hacia la sala de las columnas. ¿Ayer no la viste, verdad?

Dejaron la escalera atrás y se sumergieron en la sala hipóstila. Decenas de columnas sostenían la plaza y el banco ondulante. Irene recorrió con la mirada aquel bosque de piedra.

- Hace frío aquí.

- Pronto se te pasará. Cierra los ojos.

Delicadamente rodeó la espalda de Irene y la hizo apoyarse sobre una de las columnas, inclinó su cabeza para que dirigiera al cielo su mirada, y le dijo:

- Abre los ojos ahora.

Notando el calor del cuerpo de él, Irene abrió los ojos, obediente. Un sol de colores se abrió sobre ella. Aquel bosque frío de piedra estaba iluminado por cuatro grandes soles multicolores, con dibujos imaginados. Se apartó de él y anduvo feliz entre las columnas, mirando cada rincón de aquel cielo de cerámica. Círculos grandes, círculos pequeños, azules, verdes, amarillos, vivos, diferentes según el rincón desde donde miraras.

- ¿Quería ser un templo, esto?



Currículum de Carme Guil