La última testigo viva de Gaudí

La última testigo viva de Gaudí

 

Le asustó su barba y le encandiló su trato. Una carmelita de 100 años conoció al genial arquitecto cuando limpiaba su casa. Lo cuenta en un libro que sueña con que lo lea el Papa

La hermana Montserrat Rius conoció a Antoni Gaudí en 1924. Tenía 14 años. «El primer día me dio respeto, con aquella barba tan poblada que llevaba». Acaba de cumplir el siglo y es la última testigo viva que conoció personalmente al arquitecto modernista. En el pequeño libro de una veintena de páginas 'Recordando a Gaudí' (Editorial Claret), explica sus experiencias junto al arquitecto, para quien trabajó realizando las labores domésticas en la torre del parque Güell y en el mismo taller de la Sagrada Familia. Desde la cama del convento donde permanece postrada por su delicada salud, sueña estos días con que su modesta publicación llegue a manos de Benedicto XVI durante su visita a Barcelona.

Desde hace cuatro años apenas puede incorporarse en su lecho de la comunidad carmelita de Sant Josep, en el barrio barcelonés de Horta, pero mantiene bien vivos los recuerdos de Antoni Gaudí. «Era muy sencillo y tranquilo. Después de hablar con él la primera vez, sentí como si hubiera hablado con mi padre o mi hermano, por la naturalidad con la que se dirigió a mí. Su semblante amable y cordial me inspiró confianza», repasa en el libro, escrito por Marta Masdeu.

Nacida en el seno de una familia de campo en 1910 en Santa Fe de Segarra, un pequeño pueblo de la provincia de Lleida, tuvo bien claro desde pequeña que consagraría su vida a la religión. «Mis amigas querían ir a bailar y salir con chicos, pero a mí no me gustaba. Mi vocación siempre ha sido un designio de Dios». En 1924, Antoni Gaudí, que entonces tenía 72 años, recurrió a la comunidad carmelita de Sant Josep porque necesitaba ayuda con las labores domésticas. La madre superiora Rosa Ojeda pensó en la monja María Rius, de 21 años para dicha tarea, y María se llevó a su hermana Montserrat a trabajar a casa del maestro.

«Íbamos un día a la semana a lavarle la ropa y hacer las tareas de la casa. Cuando llegábamos nos decía: 'buenos días hermanitas'. Nos gustaba verlo y lo saludábamos como si fuera un familiar. A menudo me recordaba: 'sobre todo limpie bien las terrazas y vigile los desagües, que el agua se queda retenida, y se hacen grietas y se daña la pared', pues tenía miedo de que las hojas que caían de los árboles atascasen el desagüe». El trato que recibía de Gaudí era sumamente cordial. «Siempre se mostraba muy agradecido por el trabajo que hacíamos y nos preguntaba si necesitábamos ayuda».

La monja cuenta que el arquitecto buscaba a todas horas la comunicación con Dios. Cuando salía de casa se detenía cada mañana frente a una pequeña capilla con una imagen de San Antonio, situada dentro del complejo del parque Güell, donde residía. «Se quitaba el sombrero delante de la imagen, se santiguaba y hacía una oración. Yo lo miraba desde dentro, por la ventana, para que no me viera. Transcurrido un buen rato, se volvía a poner el sombrero y se marchaba corriendo a oír misa a la iglesia de Sant Felip Neri, junto a la catedral, y luego se dirigía a trabajar en las obras de la Sagrada Familia. Para desayunar comía fruta y un trozo de pan».

«Era un santo»

Montserrat, que intervino como testigo en el proceso de beatificación de Antonio Gaudí, que podría culminar en 2016, considera que su glorificación «sería una manera de darlo a conocer y de que surjan imitadores suyos. Allí donde iba llevaba a Jesús, con su forma de ser y con sus obras». La anciana centenaria asegura que el arquitecto, que murió en 1926 atropellado por un tranvía, demostraba «con sus actos y su trabajo que era un santo. Nunca se quejaba de nadie. Si le ayudaban le parecía bien, pero si no, él mismo hacía todo lo que hiciera falta. Aunque evidentemente tenía que mandar, se comportaba como un trabajador más».

El pasado mes de julio las hermanas del convento donde reside Montserrat organizaron una fiesta para celebrar sus cien años. En su habitación se ofició una misa que fue retransmitida en televisión interna a la capilla del convento, donde se congregaron familiares y amigos. Montserrat recibió con alegría el homenaje, que no esperaba pues «había pedido a las hermanas que no hicieran nada extraordinario por mi cumpleaños». La visita del Papa a Barcelona le hace «mucha ilusión», y aunque no podrá asistir a ninguno de los actos programados, confía en que el arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, le entregue el libro que recoge sus experiencias. Para que el Papa conozca a la única persona viva que trató personalmente a Gaudí.

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