GAUDÍ EN LA MESA por Ana Mª Ferrin

Ana Maria Ferrin

La figura del padre se revela fundamental en la biografía de Antonio Gaudí incluso al tratar los hábitos alimentarios que fue adoptando el arquitecto gran parte de su vida. La imagen de ambos viajando en carro desde Reus es más que un recuerdo transmitido de abuelos a nietos entre los habitantes de Riudoms. El huerto del Mas de la Calderera los proveía de higos y uvas, almendras, avellanas, y huevos de sus propias gallinas destinados en primer lugar para el pequeño inapetente, con la intención de que se alimentara bien y lograra reponerse de las fiebres reumáticas que lo aquejaban impidiéndole acudir al colegio por largas temporadas.

Fue durante esas prolongadas convalecencias pasadas en el paisaje rural de Riudoms cuidado por unos padres que ya habían perdido a dos hijos, cuando muchas formas de la Naturaleza debieron quedar impresas en la mente del niño para ser utilizadas más tarde en su arquitectura.

Sabemos que el padre fue un adelantado de lo que hoy conocemos como prácticas naturistas y no sólo en alimentación, también en cuanto a remedios curativos, seguidor de las teorías del abate Kneipp en los beneficios derivados de la hidroterapia y los paseos descalzos por la hierba. La madre, siempre pendiente de la alimentación de aquel hijo que se había criado enfermizo, seguía recibiendo casi a diario cartas en las que él le informaba de su estado de salud y sus ocupaciones, cuando el arquitecto ya contaba más de veinte años.

Las mujeres que lo rodearon en su familia –madre, hermana y sobrina-, cuidaron de él en la mesa. Y otras sin lazos de sangre, también. Las monjas que atendían el mantenimiento del chalet del Parque Güell donde residió entre 1906 y 1925 contaron que las judías verdes hervidas con patatas y una cebolla, todo ello regado con aceite de oliva, y col con patatas a las que cubrían de un leve allioli, eran sus platos preferidos.

Gaudi Familia Alpiste Sagrada Familia
Los guardas, Jerónimo Alpiste y su esposa Mª Eugenia García con sus hijos Gregoria y Andrés.

Las tres generaciones de la familia Alpiste que vigilaron las obras, las visitas, y la atención doméstica del arquitecto desde 1900 a 1926, nos dejaron el testimonio de que Gaudí controlaba todo lo relativo a la intendencia, tanto daba que tratara la curvatura cóncava que debía presentar su cama, como decidir si el fogón de la cocina debía quemar serrín en lugar de carbón o qué método era mejor para que la verdura al cocerse conservara el máximo de vitaminas. Para conseguir esto último, Gaudí hacía que la señora Alpiste enrollase un trapo de cocina y lo atara a una de las asas de la olla, después debía pasarlo por el asidero de la tapa y atarlo al otro asa del recipiente. Impedir la salida del vapor para rebajar el tiempo de cocción era un elemental anticipo de lo que más tarde se comercializaría como olla exprés.

Un recuerdo de aquellos días puede considerarse el ofrecimiento que les hizo Gaudí a los guardas del templo, Jerónimo Alpiste y su esposa Mª Eugenia y al resto de trabajadores de las obras, dejándoles emplear los terrenos adyacentes para sembrar lo que ellos quisieran. Hortalizas y verduras fueron los productos escogidos, añadiéndose algunos frutales sugeridos por el arquitecto que en los últimos años de su vida gustaba de ir él mismo por las mañanas a coger de los árboles higos y ciruelas para desayunar. A este respecto, Gregoria y Andrés, los niños de la familia Alpiste, contarían más adelante a sus hijos que se subían hasta el estudio de Gaudí para verlo oficiar una práctica que tenía mucho de ritual, cuando vaciaba en un cuenco el tarro que contenía un yogur, le añadía frutas cortadas y poniéndose unos guantes de goma amasaba la mezcla. Después procedía a comérselo con una cuchara como si fuera una sopa, ante la mirada divertida de los pequeños.

Gaudi Barcelona primer yogur comercial del mundo.
En el centro, 7º desde la izquierda, Isaac Carasso posa en los bajos de su casa en la calle dels Angels nº 1 de Barcelona, lugar en que nació el primer yogur comercial del mundo.

El arquitecto consumía un producto artesanal que posiblemente era el mismo que pocos años después sería comercializado bajo la marca Danone, hoy líder mundial en el campo de los lácteos pero que en 1919 empezaba a fabricarlo Isaac Carasso en Barcelona, en los bajos de su vivienda de la calle de los Ángeles nº 1, muy cerca de las Ramblas. Carasso trabajaba manualmente en su modesto negocio aunque sus métodos eran sofisticados, siguiendo las pautas del Premio Nobel de Medicina, Elias Metchnikoff, del Instituto Pasteur. Las ideas de Françesc Gaudí sobre como tratar el organismo, cristalizaban en la madurez de su hijo cuando utilizando un tono cariñoso no muy común en su trato con los adultos, aseguraba a sus pequeños espectadores: Lo hago para ahorrarle trabajo al estómago.

Como en otros órdenes de su vida aquí el arquitecto fue un precursor, no sólo porque alrededor de 1920 el yogur era un alimento casi desconocido en España, también porque la mezcla de frutas que él le añadía no se comercializó hasta once años después de su muerte. Gaudí solía comprar una media docena de tarros que dejaba alineados sobre la mesa que utilizaba como despacho y comedor, y al no refrigerarse, los fermentos provocaban que la superficie se cubriera de una capa de diminutos hongos verdes que él retiraba antes de iniciar su batido manual. Eso hizo que entre algunos trabajadores de las obras y otros personajes contrarios a la figura del arquitecto corriera la voz de que se comía los hongo de los yogurs que ellos creían alucinógenos, así como algunas setas tóxicas, y que por eso proyectaba en sus obras unas formas bulbosas raras y retorcidas. La tesis de las setas se apoyaba en la débil circunstancia de que a nadie se le había ocurrido antes adornar con esa hortaliza el portal de un edificio, como él hizo en la Casa Calvet.

Lo que sus detractores no sabían era que la idea de colocar setas en la fachada provenía de que el señor Calvet las apreciaba mucho en la mesa, además de ser un experto conocedor, él mismo solía recogerlas en el bosque y a menudo se las hacía llegar a Gaudí en una pequeña cesta. Así que el colocar setas en la decoración no guardaba ningún misterio, del mismo modo que el arquitecto hizo figurar carretes de hilo rodeando el portal en homenaje al producto que fabricaba Calvet, le añadió el guiño amistoso de unas setas.

Al restaurante instalado desde hace años en la Casa Calvet suelen acudir personajes tan conocidos como Harrison Ford, Pelé, John Malkovyck o Woddy Allen cada vez que visitan Barcelona, y el zócalo azul de un metro de alto que decora la entrada de los vecinos, debe su diseño al que existía en el comedor de Pepeta Moreu Fornells, la única mujer –que se sepa- a la que Gaudí pidió en matrimonio. Durante unos diez años el arquitecto acudió muchos domingos acompañado de su sobrina Rosita para comer en compañía de Pepeta, de su hermano Josep Mª y sus padres, a la casa familiar de los Moreu-Fornells en Mataró donde un recubrimiento de mosaico azul de las mismas características recibía al invitado.

Los manuscritos dejados por el hermano de Pepeta nos transmiten que de niño estaba fascinado con la figura del arquitecto, hasta el punto de decidirse a iniciar la misma carrera. En la retina del pequeño Josep Mª, Gaudí dejó la impronta de ser un hombre con opiniones interesantes, que plegaba la servilleta de un modo original, frotaba la botella de vino con un paño para facilitar el descorchado, y si comía fideos y alguno se le enganchaba en la barba se lo quitaba con el tenedor, tan tranquilo, sin ningún apuro.

Además del restaurante Calvet, resulta curioso el recuento de edificios construidos por Gaudí que han terminado por acoger un establecimiento que alimente a sus admiradores. En Barcelona, siendo un estudiante que colaboraba con Josep Fontseré, autor del edificio, se asegura que Gaudí proyectó las columnas que pueden verse en el sótano del antiguo restaurante Términus, hoy Tasca Vins, frente a la estación de Francia, así como el Parque de la Ciudadela que rodea la espléndida verja de su autoría, encierra numerosos lugares con mesas, copas y tentempiés. Can Pujades en Vallgorguina guarda en la capilla de su masía las minúsculas vidrieras diseñadas por Gaudí con motivos que más tarde reproduciría en la Fachada del Nacimiento, ésta obra exquisita puede visitarse si el interesado se pone en contacto con la dirección de la empresa Carpier, propietaria de la finca, una firma catalana que marinando el salmón salvaje de Noruega con aceite de oliva y un ahumado especial, han conseguido fabricar en el pequeño pueblo de la cordillera del Montnegre unos productos que atraen a restauradores y mayoristas de toda Europa.

Sigue la Casa Batlló, donde los salones de su planta noble se alquilan para banquetes. Las farolas de seis brazos que realizó para la plaza Real alumbran un amplio anillo de bares y restaurantes y lo mismo sucede en el recinto interior del Parque Güell. El Capricho en Comillas, Cantabria, alberga un lujoso restaurante internacional. En Garraf, en el Km. 16 de la carretera de Barcelona a Sitges, las poco conocidas Bodegas Güell con sus picos de pagoda prestan un marco de piedra para el restaurante que anuncian. En este rápido paseo por lugares gaudinianos dedicados a la gastronomía nombraremos a las Caballerizas Güell que acogen la Cátedra Gaudí, cuyos pabellones tan preciosistas como su verja custodiada por el dragón forjado, hacían que los curiosos que se acercaban a la obra preguntaran al profesor Joan Bassegoda, director de la Cátedra durante 40 años: ¿Aquí se celebran banquetes de boda? A lo que él contestaba con sorna, Pues mire, no. Pero me está dando usted unas ideas…

Compañero de mesa en las presentes líneas fue un recipiente que guarda una sorprendente anécdota de Gaudí con su pizca malévola. Se refiere al benefactor que como lo auxiliaba a menudo con donaciones en metálico se veía con derecho a exigirle un regalo al arquitecto, algo Que fuera muy original, algo que nadie hubiera visto antes. A Gaudí, la insistencia del caballero le parecía de muy mal gusto ya que un regalo, creía él, se merece pero nunca se exige. Sin embargo, el demandante seguía y seguía persiguiéndole con la petición, hasta que un día, harto ya de esquivar al hombre que lo molestaba con su repetitivo Que sea original, que nunca se haya visto antes, envió a Andrés, el hijo de los guardas, a comprar un botijo negro típico de Barcelona, y con un finísimo berbiquí el arquitecto se entretuvo en ir formando arabescos a base de perforaciones por la panza del cántaro.

Cuando lo tuvo acabado se lo hizo entregar en mano por medio de Andrés y a la mañana siguiente el señor apareció muy indignado, mostrándole el botijo y diciéndole: Lo que usted me ha hecho no sirve para nada. A lo que Gaudí repuso: Usted nunca me pidió que sirviese para algo. Me repitió mil veces que fuera “original” y que “nunca se hubiera visto antes”. Pues puede estar seguro de que nadie antes que usted ha visto algo así.

De su época floreciente en lo personal y profesional, entre 1880 y 1911, se sabe que compartió años de buenos manjares en buenos restaurantes y en las mejores mesas burguesas, aristocráticas y eclesiales, sin despreciar un buen vino y un habano de calidad, pero al final de su vida nada le gustaba más que echar mano de los frutos secos que solían enviarle desde su pueblo del campo de Tarragona, un aroma de infancia que lo acompañaba en su último trayecto hacia el oratorio de Sant Felipe Neri el día que recibió el impacto del tranvía de la línea 30, a resultas del cual falleció tres días más tarde en el Hospital de la Santa Creu. Al serles entregadas las pertenencias que guardaban las ropas de Gaudí en aquel desgraciado día, sus amigos comprobaron que el arquitecto andaba por Barcelona sin documentación ni dinero, por todo capital sólo llevaba en los bolsillos un ejemplar de los Evangelios y un puñado de avellanas.

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