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«La basílica de Loiola representa la auténtica arquitectura»

Ostenta la Orden de Canadá, y se aferra a sus orígenes indígenas para conciliar arquitectura y naturaleza.

David Taberna. DV. San Sebastián

Quizá su ascendencia indígena -pertenece a la tribu blackfeet (pies negros)- sea el motivo por el que disfruta viniendo cada año al País Vasco. «Aquí tenéis una lengua antigua y unos vínculos muy personales con la tierra y el mar. Creo que por eso me siento tan a gusto en Zumaia, de donde es mi mujer Idoia», explica. Partidario de la arquitectura orgánica que trata de conciliar al hombre con la naturaleza, Douglas J. Cardinal insiste en que «la arquitectura debe basarse en las necesidades del usuario». Autor, ente otros, del Museo de las Civilizaciones de Canadá y del Museo Nacional del Indio Americano, en Washington, lleva colgado en su chaqueta el reconocimiento honorífico más importante de su país: la Orden de Canadá.

- ¿Ha decidido marcharse durante unos días de Canadá y hacer una escapadita a Zumaia?

- Sí, vinimos para Año Nuevo. Mi mujer, Idoia, es de Zumaia. Fue a Canadá para aprender inglés durante un año y ya lleva 20. Generalmente solemos venir en Navidad y en verano. Tengo que decir que, además, nos casamos en la basílica de Loiola. Mi mujer -que, por cierto, es nieta del escultor Beobide-y yo tenemos dos mundos. Idoia habla a nuestros hijos en euskera, y ambos les criamos en las culturas de Canadá y Euskadi.

- ¿Son compatibles?

- El País Vasco es un sitio maravilloso, cargado de historia y cultura. Aquí tenéis una lengua ancestral, indígena, y unos vínculos muy personales con la tierra y el mar. Creo que por eso somos compatibles. Yo también tengo ascendencia indígena. Nací en Alberta, en las montañas rocosas, y pertenezco a la tribu blackfeet por lo que también tengo afinidad a la montaña y a la tierra. Aunque las montañas de allí son un poco más grandes.

- ¿Y cuál es su diagnóstico profesional sobre Gipuzkoa? La pregunta sobre qué le parece el Kursaal es ya toda una tradición.

- Me gusta la organización tradicional, medieval, de los cascos urbanos. Están diseñados para la gente, para andar, con una gran importancia de la naturaleza. Me gusta que los edificios más antiguos estén hechos de piedra, así se relacionan con la roca y las montañas, que tienen una gran presencia en esta tierra. Las ciudades de aquí se han diseñado para el individuo, y no para el coche, como en todas las urbes de Norteamérica. Yo no me relaciono con la arquitectura moderna porque separa el arte, la escultura, la música... La arquitectura auténtica se refleja en la iglesia de Loiola porque combina escultura, arte, espíritu, artesanía... Hay una gran atención al detalle. Las paredes y los tejados rojos de los edificios se acoplan bien con los valles y la naturaleza de esta tierra.

- En ese sentido, ¿qué opina de la cara industrial que ofrecen muchas de las poblaciones de Gipuzkoa? ¿Son un atentado al desarrollo sostenible o se da una buena combinación?

- Es normal que se le deje paso a la industria, pero la influencia de las montañas, el mar y, en definitiva la naturaleza, es más fuerte que la industria. Cuando visitas Gipuzkoa te vas con la impresión de que aquí hay un respeto a la naturaleza. Si este territorio fuese plano, la presencia industrial sería más aparente, pero con esta orografía la naturaleza domina y disimula la faceta más industrial. Aún así, me sorprende ver que hay nuevas urbanizaciones industriales que se han comido la montaña. Mi arquitectura está basada en el respeto al entorno natural y al entorno de la naturaleza humana. Tengo dificultades a la hora de identificarme con lo que se denomina arquitectura moderna. La buena arquitectura terminó con el art decó, donde se interrelacionaba con las artes. Mi arquitectura es más barroca.

- Quizá, entonces, también tenga ascendencia europea. Esta arquitectura más barroca, de líneas curvas, que usted defiende, es más propia de Gaudí, por ejemplo.

- Sí, Gaudí, entre otros. Me gustan las arquitecturas orgánicas. Actualmente vivimos un movimiento internacional de arquitectura orgánica que está alcanzando un gran auge. Esta corriente quiere que la arquitectura se relacione más con la gente, que se diseñe basándose en las necesidades del usuario, respetando la naturaleza, siendo sostenible gracias al sol o al viento. En definitiva, que sean edificios verdes para reducir así el consumo energético y la contaminación.

- ¿Usted defiende una arquitectura con conciencia?

- Con responsabilidad. Hay que ser responsable con la gente, creando entornos naturales que respeten al ser humano. Por eso, yo trabajo íntimamente con mis clientes, ya sea con las comunidades indígenas o con ministros. Las ciudades norteamericanas no están diseñadas para las mujeres o para los niños. Es una arquitectura de explotación a la naturaleza de uno mismo.

- Recibió el premio de Naciones Unidas por su diseño del pueblo canadiense de Oujé-Bougoumou, calificado como ejemplo de villa autosostenible. ¿Ése es el futuro de los pueblos?

- La arquitectura orgánica es la del futuro porque no podemos seguir destruyendo el entorno y el alma humana. Las 500 personas que vivían en Oujé-Bougoumou estaban fuera del sistema. Nadie les escuchaba ni entendía. Respetándoles a ellos, yo me comprometí a hacer su sueño arquitectónico realidad. Interpreté en planos sus deseos y hablando con ellos lo llevamos a cabo. Ellos mismos construyeron su pueblo, se ganó el premio de Naciones Unidas, y fue una de las comunidades que se presentaron en la Expo de Hannover. En mi opinión, no se puede construir algo sin la participación de la comunidad.

- ¿Es posible hablar de arquitectura orgánica o de proyectos faraónicos en tiempos de las VPO?

- Por esa razón, yo intento hacer partícipes en mis proyectos a los usuarios de las viviendas. Nos reuniríamos los políticos, contratistas, usuarios... Todo aquel que tenga algo que aportar formaría parte del proceso de diseño. Siempre al servicio del usuario.

- Antes ha mencionado su inclinación por la ciudades europeas que invitan a pasear. ¿No se corre el riesgo de que una excesiva peatonalización convierta las urbes en ciudades muertas?

- Hay que hacer algo equilibrado. Entiendo que se necesitan los coches, sobre todo, para llevar suministros a las tiendas, pero a mí me gusta el ejemplo de Zumaia, que deja entrar a los coches a primera hora de la mañana, pero luego permite que la gente pasee. En general, las ciudades europeas están diseñadas para la gente. Te apetece andar, hay escaparates... El entorno es más social, y en Norteamérica esto no ocurre. Por eso, los norteamericanos están gordos, porque no andan. Es un problema real. Allí no hay cultura del paseo. Al cajero vas en coche. Los negocios están en el centro y la gente vive en las afueras. Eso sí que son ciudades muertas. Y por las noches, las tiendas que hay en el centro se vuelven sitios peligrosos porque no hay gente.

- Una curiosidad. ¿La Orden de Canadá que posee -similar al título de Caballero del Imperio británico- qué le permite hacer?

- Bueno, es un orgullo, pero en primer lugar soy arquitecto. Luego, en un momento dado, si te van a poner una multa y llevas la Orden colgada en la chaqueta te ayuda, quizá te libres de la infracción. Tengo que decir que mi primer proyecto premiado llegó de Europa. Canadá puede ser muy conservador.

- No me gustaría acabar la entrevista sin saber su opinión sobre el Kursaal.

- No me identifico con el trabajo de Moneo. No digo que sea mal arquitecto. Técnicamente, el Kursaal puede ser perfecto, aprecio su diseño, pero no me emociona. Yo me relaciono con formas más orgánicas y esculturales, con una arquitectura más apasionada. Mi trabajo surge más del corazón que de la cabeza.

Diario Vasco
Jueves 20 Enero 2005